Codigo Negro by Patricia Cornwell

Codigo Negro by Patricia Cornwell

autor:Patricia Cornwell
La lengua: spa
Format: mobi
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


25

Marino decidió quedarse con Eggleston y Ham mientras ellos conectaban las manchas con cordeles en una escena en la que no era necesario hacerlo. Volví a casa. Los árboles y el césped estaban cubiertos de hielo y pensé que lo último que necesitaba ahora era un corte de luz, que fue precisamente lo que encontré.

Cuando doblé en mi vecindario, todas las casas se encontraban a oscuras, y Rita, la agente de seguridad, tenía el aspecto de asistir a una reunión espiritista en la garita de vigilancia.

—No me digas nada.

Las llamas de las velas fluctuaron detrás del vidrio cuando ella salió y se cerró bien la chaqueta del uniforme.

—No hay luz desde eso de las nueve y media —me explicó y sacudió la cabeza—. Lo único que sí hay siempre en esta ciudad es hielo.

En el barrio reinaba una oscuridad total, como si la guerra continuara, y el cielo estaba tan nublado que ni siquiera se veía un atisbo de la luna. Me costó mucho encontrar el sendero de entrada a casa y estuve a punto de caer al subir los escalones del frente porque estaban cubiertos de hielo. Me aferré de la barandilla y de alguna manera me las ingenié para encontrar la llave adecuada para abrir la puerta. La alarma contra ladrones seguía activada porque estaba alimentada por una batería en caso de apagones, pero eso no duraría más de doce horas y a veces los cortes de suministro eléctrico se prolongaban durante varios días.

Marqué mi código y volví a activar la alarma. Necesitaba ducharme. Ni pensaba salir al garaje para arrojar en el lavarropas la ropa que usé en el operativo, y la sola idea de correr desnuda por mi casa a oscuras me llenó de horror. El silencio era total, salvo por el sonido sordo de la cellisca.

Busqué cuanta vela tenía y las coloqué estratégicamente por toda la casa. Encontré las linternas. Armé un fuego en la chimenea, y el interior de mi casa eran bolsillos de oscuridad con sombra que eran derrotados por varios leños pequeños con leves dedos de fuego. Por lo menos funcionaba el teléfono, pero, desde luego, el contestador automático estaba muerto.

Me resultó imposible quedarme quieta. En mi dormitorio, finalmente me desvestí y me lavé con un paño. Me puse una bata y chinelas, mientras trataba de pensar qué podía hacer para ocupar mi tiempo, porque yo no era una persona capaz de mantener un espacio vacío en mi mente. Fantaseé que había en el contestador un mensaje de Lucy al que yo ahora no tenía acceso. Escribí cartas que terminé haciendo un bollo y arrojando al fuego. Observé cómo el papel se amarronaba en los bordes, se encendía y se ennegrecía. Siguió la cellisca y empezó a hacer cada vez más frío adentro.

Lentamente la temperatura de la casa descendió. Traté de dormir pero no pude caldearme el cuerpo. Mi mente se negaba a dejar de funcionar. Mis pensamientos saltaban de Lucy a Benton a la espantosa escena donde acababa de estar. Vi



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